sábado, 3 de diciembre de 2016

DICIEMBRE

El viene y va acaba tropezando en la dinámica e imposible neurosis de los días. Es mi sino: la complicación, futuro negro como los toros de la muerte. Hablando de la parca. A mi padre se lo llevó la puta muerte hace ya treinta años. 
Se marchó de este mundo echando esputos de tabaco nicotinado  con una pierna en la mochila, es un decir. Acabaron cortándosela y uno recuerda, ante ese paquete tenebroso que supone una extremidad autónoma, no sabe que hacer.
 ¿Resucitarán las piernas de los cojos?, ¿las manos de los mancos, ¿los huevos de los monórquidos?, ¿resucitarán los dedos cortados en las serrerías, los penes amputados en la sala de torturas de cualquier comisaría?.
Ignoro porqué a estas horas me vienen estas mezcolanzas: fallecimientos  y torturas extremas.
A mi padre, entonces tan joven, solo le quedó la fiebre malsana y el olor a hospital como último hálito, acaso pensó, quién sabe que sabor a chopos y acacias de su juventud.
Yo hablaba de esto contigo o dentro de mi cabeza, no lo recuerdo bien, cuando estalló el fin del mundo. La luna enrojeció, las luces del paseo marítimo se encharcaron y el salitre de nuestras pieles acabó secándose de repente, fulgor tintineante de napalm fragmentado incendiando la respiración.

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